Era de madrugada y nos dirigíamos casi a oscuras entre la espesura de aquel bosque misterioso. Los árboles nos observaban con ojos de pájaros, y aún sus sombras me asustaban. Recuerdo como por el camino, una cascada de helechos nos abrazaban con sus enormes hojas. Lloraban con goterones gruesos, lentos y constantes desde cada una de sus hojas milenarias. Mientras caminaba su frescura me hacía crepitar. Cada uno de aquellos goterones se impregnaban en mi piel desnuda, a penas cubierta por mi trozo de piel de cabra que me había acompañado desde los 15 años. Me sentía desnudo en aquel bosque.
– ¿No te gusta este lugar? ¿Sientes la presencia de Acorán?
– No sé Bentaiga, ¿Está seguro que a Tigor no le molestará que vayamos allí.
– Bahh….no te preocupes, ya verás como le va a gustar este gánigo de leche recién ordeñada. El sitio te va a encantar….
– Espero que valga la pena, me han dicho que este bosque está lleno de ánimas, de espíritus milenarios que se esconden aquí.
– ¿Por qué han venido Tigor a vivir aquí?
A decir verdad, nunca había sentido aquel silencio, aquella solemnidad abrumadora que me rodeaba, nos engullía y dirigía mi atención hacia sonidos a los que nunca había prestado tanta atención: el crujir de las hojas húmedas, los sonidos de las ramas en su habitar silencioso, y por supuesto, el latido de mi corazón. Sentía, en cada paso que daba, el latido de mi corazón, constante, como la erupción de un barranco enfurecido tras las riadas de invierno. Podía escuchar mi respiración y la respiración de mi amigo mientras subíamos aquel sendero en el interior del barranco.
– Ves esta señal, ya estamos llegando, me dijo.
– Wauh…¿Esta es la piedra de la que me habías estado hablando?
– Si, ves el dibujo de círculos concéntricos, pues hay muchas más. Esta es sólo la primera piedra que nos encontraremos en el camino, ellos viven aquí, esta es su casa, su lugar, su vida se la pasan observando el cielo día y noche, y luego…luego hacer estos dibujos, dicen que Magek debe permanecer contento todo el año para que la tierra de frutos abundantes, por eso graban estas piedras.
Magek había hecho acto de presencia y sus primeros rayos comenzaba a brotar a nuestra izquierda. El bosque comenzaba a despertar y yo por fin pude tranquilizarme un poco.
– ¿Quien osa invadir el Recinto Sagrado de La Zarza?, ¿Y en nombre de quién?
De repente, sin darnos cuenta, una sombra de gigante se había interpuesto en nuestro camino. Era un hombre alto, fuerte, de piel morena llena de arrugas. Sus enormes ojeras y su pelo largo blanco nos asustaba. A pesar de su edad parecía un viejo muy astuto y ágil. Su mirada era penetrante y se había plantado delante de nosotros casi por sorpresa, llevaba un enorme palo de madera con una figura muy extraña en la punta en forma de espiral.
– Somos Bentaiga y Achamat, venimos buscado a Tigor.
– ¿Por qué lo buscáis?, Preguntó.
– Hemos venido a traerle este gánigo de leche fresca por orden de mi tía. Acorán sea con nosotros y contigo.
– ¿De verdad os habéis adentrado solos en el bosque, para traerme esta leche fresca?. – Este lugar está lleno de las almas de nuestros antepasados, y ellos, no quieren que personas con malas energías ocupen estos lugares, ¿lo sabéis verdad?.
En aquel momento los primeros rayos de Magek comenzaron a penetrar en aquella parte del bosque, y su luz comenzó a penetrar entre la espesura de los árboles proyectándose en las enormes paredes de aquel lugar…
– Parece que Magek nos envía una señal, dijo.
– ¿Por favor Tigor, ¿podrías enseñarnos la pared de nuestros antepasados? He invitado a mi amigo Achamat para que vea ésto.
El viejo Tigor, torno los ojos, y con un gesto de benevolencia nos dijo:
Esta vez les dejaré pasar, pero sólo bajo una condición: Debéis mantener silencio y escuchar la voz de vuestro corazón. Nuestros antepasados gratifican sólo aquellos valientes cuyo corazón permanece en silencio y escuchan sus voces.
Lo que vimos a continuación fue extraordinario, el recinto se abrió ante nuestros ojos, entre la espesura de los árboles pudimos acercarnos a una enorme pared llena de piedras “vivas”. Magek iluminaba algunas partes de aquella pared y algunos de aquellas enormes piedras comenzaron a moverse como serpientes de fuego. Nunca había visto nada parecido, mi amigo estaba sorprendido con los ojos abiertos, y a mi se me había puesto la piel de gallina. Entonces Tigor sentenció:
“En cada una de esas piedras, vive el alma de uno de nuestros antepasados, algún día nosotros también seremos piedras, así que demos gracias a Magek para que algún día, tengamos aquí nuestro lugar, y se mantengan vivas nuestras almas”.
Dimos gracias y Tigor nos compensó con un puñado de higos secos que devoramos en nuestro camino de regreso a casa.